Centros de masculinidades y centros de reeducación: una comparación imperfecta

Centro de masculinidades de Barcelona (fotografía de Blanca Blay – ACN)

El prisionero se une a condenarse menos por lo que ha hecho que por lo que ha sido: como occidental —y por lo tanto, como “imperialista”— es culpable (…). Cuanto más se somete el preso a estos juicios en blanco y negro, más entrega todo lo que es sutil o matizable (…). A medida que el prisionero acepta esta moralidad grupal “superior”, sus juicios más duros hacen causa común con las partes más tiránicas de su propia conciencia.

—Robert Jay Lifton, Thought Reform and the Psychology of Totalism. University of North Carolina Press, 1989.

Cuando la alcaldesa de Barcelona anunció la apertura de un centro de masculinidades en la ciudad, varios medios lo describieron como un centro de reeducación, invocando el espectro de las dictaduras comunistas. Incluso, el término nuevas masculinidades recuerda al del nuevo hombre soviético. La palabra reeducar ha sido también empleada por los propios promotores de este tipo de cursos, como en el documento de la UNAM «Trabajando para reeducar a los varones: la experiencia del trabajo grupal hacia la igualdad de género«. ¿Pero se trata de una comparación desafortunada, o existen similitudes válidas para establecerla? El presente artículo examinará los puntos en común de este tipo cursos con respecto al proceso de reeducación descrito por Robert Jay Lifton en la China maoísta y también abordará las limitaciones de esta comparación.

Introducción

En su obra de 1961 Thought Reform and the Psychology of Totalism – A Study of «Brainwashing» in China [Reforma del pensamiento y psicología del totalitarismo – un estudio del «lavado de cerebro» en China] Robert Jay Lifton examinó los casos de extranjeros (europeos o norteamericanos) que habían sido detenidos en la China de Mao y sometidos aun proceso de reeducación. Lifton dividió su desarrollo en doce pasos, comenzando con el asalto a la identidad y terminando en una confesión formal que emanaba de una convicción interna: el renacimiento como nuevo hombre.

A priori lo descrito por Lifton no parece semejante a la dinámica que encontramos en los talleres de masculinidades: los sujetos descritos por Lifton habían sido arrestados, retenidos contra su voluntad en instalaciones penitenciarias y sometidos a vejaciones físicas y psicológicas. Quienes asisten a talleres de nuevas masculinidades lo hacen a menudo por iniciativa propia o quizá animados por alguien de su entorno, aunque también hay casos donde se imparten a los trabajadores a petición de una empresa o institución. Algunos sí llegan a impartirse a criminales pero suelen ser igualmente voluntarios y constituye el escenario menos habitual. Además, la duración de estos cursos es relativamente corta comparado con el proceso de reeducación descrito en su obra.

Dicho esto, el proceso transformador de la identidad que se da en ambos casos presenta similitudes considerables: casi todos los pasos del modelo de reeducación se encuentran a distintos grados en este tipo de cursos (o discursos). Por otra parte, llegados a cierto punto, se establecía un entorno de aprendizaje similar al de una escuela:

Al tratar con los criminales, habrá regularmente medidas como clases de estudio correctivo, entrevistas individuales, estudio de documentos asignados, y discusiones organizadas, para educarlos en la admisión de culpabilidad y obediencia a la ley, política y actualidad, producción laboral y cultura, para exponer la naturaleza del delito cometido, borrar completamente los pensamientos criminales, y establecer un nuevo código moral. (17)

Regulaciones penitenciarias del Partido Comunista Chino

Este tipo de instrucción fue experimentado por algunos prisioneros. Como señala Lifton:

A veces, la prisión adquiría una atmósfera muy académica. Vincent y sus compañeros de prisión centrarían su atención en aplicar la teoría marxista a problemas chinos e internacionales; a los prisioneros se les llamaría “compañeros de escuela”, mientras que los funcionarios de prisiones serían llamados “instructores”, y todos enfatizarían que sólo deben usarse “discusión” y “persuasión” para enseñar a los ignorantes. (27)

A continuación citaré varios fragmentos de la obra de Lifton, con breves anotaciones para clarificar lo que considero similitudes y diferencias en los doce pasos.

Los doce pasos del proceso psicológico

El proceso descrito por Lifton es uno de muerte y renacimiento: la persona sometida a él muere para dar lugar al nuevo hombre comunista, con una consciencia desarrollada que condena a su antiguo yo y emplea su posición para ayudar al pueblo (palabra que en realidad se refiere al Partido). Los doce pasos nos ayudan a entender cómo esto sucede.

1. Asalto a la identidad

Desde el principio, se le dijo al Dr. Vincent que no era realmente un doctor, que todo lo que se consideraba a sí mismo era simplemente un manto bajo el cual escondía lo que realmente era. Y al padre Luca [un sacerdote católico] le dijeron lo mismo, especialmente sobre el área que consideraba más preciada: su religión. Cada intento por parte del prisionero de reafirmar su identidad humana adulta y para expresar su propia voluntad («no soy un espía: soy médico” o “debe tratarse de un error: soy sacerdote, digo la verdad”) fue considerada una muestra de resistencia y de “falta de sinceridad”, y provocó un nuevo asalto (…) que condujo a alguna forma de rendición interior (67). Este socavamiento de la identidad es el trazo a través del cual el prisionero “muere para el mundo”, el requisito previo a todo lo que sigue. (68).

El asalto a la identidad es uno de los aspectos más fáciles de comparar. La mayoría de los hombres no encuentran nada malo en su identidad masculina, hasta que descubren que no existe una identidad masculina positiva salvo que se corresponda a las nuevas masculinidades. El hombre no es simplemente tal, sino la herramienta de una fuerza mayor: el patriarcado (que reemplaza aquí al imperialismo). No eras la buena persona que creías, sino que mediante formas de pensar heredadas y acciones cotidianas participas de un modelo de opresión. Una vez comprendido esto, se puede proceder a los siguientes pasos.

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La politización de la salud masculina: al servicio de la narrativa de género

La Organización Panamericana de la Salud, afiliada a la OMS, ha sugerido que la “masculinidad tóxica” es responsable de que en Latinoamérica los hombres vivan 5,8 años menos que las mujeres.

Si bien podemos objetar el uso términos políticamente cargados y vagamente definidos como “masculinidad tóxica”, es razonable indicar que los hombres participan en conductas de riesgo en mayor medida que las mujeres, y que ello podría tener un impacto en su menor esperanza de vida (aunque sería difícil medir cuánto). Uno de los problemas, sin embargo, es que se pretende convencer a los lectores de que la “masculinidad tóxica” o “el machismo” es la causa única o principal de toda la diferencia en la esperanza de vida, como se insinúa en la imagen de cabecera y se indica de forma explícita en esta otra:

«…una masculinidad mal entendida o «tóxica», rebaja en casi seis años la esperanza de vida de los hombres en el continente.»

El informe fue difundido por numerosos medios, incluyendo algunos tan conservadoras como La Razón.

Paralelamente, en España el diario El País y Cadena Ser organizaron el evento “La Nueva Masculinidad”, que se centró también en la salud masculina y responsabilizaba a la masculinidad tradicional de la falta de prevención y cuidado en los hombres, dejándonos este titular:

Que tanto el informe de la OMS como el evento de El País hayan coincidido en torno al 19 de noviembre, Día Internacional del Hombre, no es casualidad. La creciente popularidad de esta fecha, que Naciones Unidas y diversos medios relegan cada año en favor del Día Internacional del Retrete, se ha vuelto difícil de revertir, y pareciera que ahora existe un interés por mantener el control de la narrativa.

Llegados a este punto alguien podría objetar que quizá se trate de un interés genuino por la salud masculina y que no hay nada inherentemente dañino en pedir a los hombres que no tomen riesgos innecesarios o adopten más medidas de prevención. En este artículo, sin embargo, mostraré por qué hay un mayor interés en cimentar una narrativa política que por la salud masculina analizando tres áreas: la falsedad de los datos presentados, la exclusión de factores ajenos a la masculinidad para explicar la brecha vital y la incapacidad de contemplar explicaciones alternativas para las mayores conductas de riesgo masculinas.  

La falsedad de los datos

Vamos a comenzar con la afirmación de Juan Guillermo Figeroa, académico en el Colegio de México y experto en salud y masculinidad:

Una de las cosas que nos hemos dado cuenta al estudiar la salud de los hombres es que se mueren más veces por prácticas aprendidas que por enfermedades. Los datos revelan que hay una mayor temeridad; una búsqueda intencionada de situaciones de riesgo por el hecho de ser hombres (…).

Lo cierto es que mirando los datos de cualquier país puede comprobarse rápidamente que las causas externas (incluyendo la agresión), no son la primera causa de muerte, ni la segunda. En España aparecen en sexto lugar (p. 2).

Por otra parte, en México, las enfermedades también matan a muchos más hombres que las agresiones, pese a tratarse de un país con mayores índices de violencia (p. 33).

Podría afirmarse que en realidad se refiere al autocuidado, pero el autor realiza una distinción clara entre “hacerse el macho” y “enfermedad” para contraponerlas y alarmar al lector. Se trata, en suma, de una mentira absolutamente innecesaria.

Sin embargo, no es la única que he encontrado. El informe de la Organización Panamericana de la Salud también afirma que dos de las tres principales causas de mortalidad masculina en Latinoamérica son la violencia y los accidentes de tráfico (p. 7).

Como hemos visto en el caso de México, país fuertemente golpeado por el narcotráfico, hay otras causas más importantes. Y si miramos a la región en general con los datos más recientes de la propia organización, vemos que la realidad también es otra. Aunque homicidios y accidentes de transporte cobran mayor importancia, no son dos de las tres causas principales, sino dos de las seis primeras, lo cual es suficientemente alarmante como para que no haya necesidad de exagerarlo:

Página de la Organización Panamericana de la Salud. Cifras del año más reciente disponible (2014).
No se incluyen los datos de USA ni de Canadá

Que no se respeten los datos es una mala señal, pero incluso cuando los datos son ciertos, encontramos un fuerte sesgo en su interpretación.

La exclusión de factores ajenos a la masculinidad

Aunque los datos sean incorrectos, todavía se podría argüir que la diferencia entre hombres y mujeres en varias causas de muerte siguen siendo pronunciadas, y por tanto la crítica a la “masculinidad tóxica” tiene su razón de ser. El problema, en este caso, es que se asume que toda la brecha corresponde a esta única causa sin explorar otras posibilidades.

Tomemos como ejemplo las muertes por accidentes de tráfico. Los documentos aquí tratados no encuentran otra explicación que la temeridad masculina. No se tiene en cuenta que los hombres realizan la mayor parte de la conducción, viajes más largos y son mayoría en las profesiones relacionadas con el transporte. Por tanto, aunque elimináramos la “masculinidad tóxica”, seguiríamos teniendo más muertes masculinas en esta categoría.

En cuanto al cuidado de la propia salud, se emplea para explicar muchas de las brechas difíciles de determinar. No podemos saber hasta dónde influye, pero al partir de la premisa de que los sexos son iguales, se expone como la única o principal causa. El problema, claro está, es que los sexos no son iguales. Anteriormente El País había recogido entre sus noticias un estudio que destacaba cómo las mujeres vivían más que los hombres, o sobrevivían, hasta en escenarios extremos, particularmente en sus primeros años. Artículo que se les debió olvidar cuando celebraron su evento sobre la Nueva Masculinidad.

Si vamos directamente a la fuente, encontramos diversas causas biológicas que propiciarían una mayor resistencia femenina: su segundo cromosoma X, el efecto antiinflamatorio y protector de vasos sanguíneos de los estrógenos, o los efectos inmunosupresores de la testosterona. Como afirman los autores del estudio:

La investigación también ha proporcionado evidencia de una aparente ventaja femenina en la protección del sistema inmunológico entre los humanos: la incidencia de muchas enfermedades infecciosas bacterianas, virales, parasitarias y fúngicas (por ejemplo, leptospirosis, esquistosomiasis, brucelosis, rabia, leishmaniosis, tuberculosis pulmonar, hepatitis A, meningococo e infecciones neumocócicas y gripe estacional) es sustancialmente mayor en hombres que en mujeres no menopáusicas. Esto sugiere que la progesterona y la testosterona tienen principalmente efectos inmunosupresores, mientras que los estrógenos mejoran las defensas inmunes y actúan como antioxidantes. Además, las enfermedades autoinmunes son más frecuentes en mujeres que en hombres, al igual que una respuesta inmune más fuerte a las vacunas. Estos hallazgos llevaron a los investigadores a concluir que la baja inmunocompetencia masculina contribuye a las diferencias sexuales en la mortalidad, pero los mecanismos a través de los cuales las hormonas sexuales tienen un efecto en las respuestas inmunes en humanos no se han dilucidado completamente.

Por supuesto las diferencias biológicas tampoco podrían explicar toda la brecha vital. Algo que no he visto explorarse adecuadamente es hasta que punto la expresión de ciertos tipos de masculinidad suponen un mecanismo para sobrellevar los rigores de trabajos decididamente duros, particularmente cuando otras oportunidades son limitadas. Leyendo sobre las sirgueras y cargueras vascas del siglo XIX, que realizaban trabajos de gran intensidad física, encontré un pasaje apuntaba en esa dirección (p. 835, el resaltado es mío):

Desdichadas mujeres, pobres seres femeninos, desventuradas obreras, eran algunos de los epítetos que se les adjudicaban a las cargueras, que con sus cantes indecorosos y dicharachería libre, vestidas con inmundos harapos, degradadas hasta lo sumo, sin pudor, sin vergüenza, mujeres inmoralmente hombrunas, de formas extravagantes, de aspectos grotescos, que ríen y charlan y gesticulan y blasfeman, acometen la rudísima tarea que ha matado en ellas en flor todas la nobles afecciones inherentes al bello sexo.

En el mismo documento Olga Macías añade que:

Se completaba este atroz retrato aseverando que muchas de estas mujeres no eran madres ni esposas, porque la dura vida que llevaban les había incapacitado para ello, sin olvidar, por supuesto, las lacras del alcohol y del vicio.

En suma este trabajo tradicionalmente masculino que se había extendido a las mujeres debido a las guerras carlistas, las había «transformado» en hombres, haciéndolas exhibir comportamientos que los textos aquí criticados tildarían de “masculinidad tóxica”.

Sea como sea, ignorar factores biológicos o ambientales (incluyendo los culturales) para señalar el machismo o la masculinidad como único culpable representa un innegable sesgo.

La mayor toma de riesgos en el varón y sus causas

Nuevamente, se podría apuntar que incluso si la masculinidad no explica toda la brecha, mientras la mayor toma de riesgos se cobre un mayor número de vidas sería legítimo denunciar la “masculinidad tóxica”. El problema, otra vez, es que la mayor toma de riesgos tiene un origen evolutivo y no puede circunscribirse a un fenómeno puramente cultural.

Un argumento desarrollado en favor del origen evolutivo lo podemos encontrar en el trabajo de Roy F. Baumeister, que culminaría en el libro Is there anything good about men? (¿Hay algo bueno en los hombres?). Baumeister argumenta que la toma de riesgos es clave en el éxito reproductivo masculino, mientras que las mujeres no tienen los mismos incentivos biológicos: aunque una mujer hubiera conquistado el mismo territorio que Genghis Khan, no le habría supuesto el mismo número de hijos.

Por otra parte, tampoco se considera la hipótesis de la mayor variabilidad masculina, que situaría a un mayor número de hombres que de mujeres en extremos de inteligencia, habilidad y otras características que podrían sobrerrepresentar a los hombres en niveles de criminalidad. Como afirmó en 2005 el entonces presidente de la Universidad de Harvard Larry Summers (el resaltado es mío):

Parece que en muchos atributos humanos como la altura, el peso, la inclinación al crimen, el coeficiente intelectual, habilidad matemática [o] habilidad científica, hay una evidencia relativamente clara de que sin importar cuál es la diferencia de media –que puede ser debatida– existe una diferencia en la desviación estándar, y la variabilidad de población masculina y femenina.

Ahora bien, es cierto que la cultura puede reforzar o limitar las inclinaciones biológicas, pero incluso factores culturales relevantes son omitidos para explicar el desarrollo de la masculinidad cuando resultan incómodos. Por ejemplo un reciente estudio sugirió que las madres se muestran más favorables a la expresión de tristeza por parte de las niñas que de los niños, mientras que los padres no mostraban un sesgo claro.

Por otra parte, la preferencia femenina por el varón agresivo (no universal, pero sí prevalente) también juega un papel importante en el comportamiento masculino. Aunque obviamente preferencia sexual y discriminación no son iguales, emplear el prisma de la discriminación por un momento puede ayudarnos a entender por qué hay hombres que toman mayores riesgos incluso cuando no tienen dicha inclinación. En un mercado donde no se pudiera denunciar la discriminación de un empresario por motivos arbitrarios (no hay a quién apelar), cualquier candidato intentaría eliminar rasgos que lo llevaran a ser discriminado, y realzaría aquellas características que sí se valoraran. De hecho, se hace en la actualidad incluso cuando leyes para castigar la discriminación están presentes.

Si bien criticar la preferencia sexual femenina por parte de este tipo de instituciones me parecería una injerencia inaceptable, además de inútil, incluirla como un factor en la toma de riesgo masculina es algo que podría valorarse, pero al romper el tabú de la impotencia e indefensión femenina es dudoso que alguna vez aparezca.

Los tres problemas que hemos analizado hasta ahora probablemente tienen su origen un aspecto de la metodología del informe:

También se realizó una consulta a 32 personas expertas en el tema de masculinidades y salud del hombre originarias de 12 países a través de la Encuesta Masculinidades y Salud (MyS). Esta información se sistematizó y se integró en los distintos apartados del documento.

Dado que el campo de las masculinidades tiene más de político que de científico, el sesgo era predecible.

Cuando sobran reproches y falta compasión

No podía concluir este artículo sin mencionar la parte más obvia: cómo se reprocha a los hombres para que dejen de actuar como estúpidos en lugar de acercarse a ellos para reafirmarles que su labor en sociedad es valorada, su vida es valiosa y por tanto no es deseable que la pongan en riesgo. Un reproche en el que no cabe la compasión y por tanto difícilmente calará en muchos hombres, que se pondrán a la defensiva advirtiendo que aquí no hay una preocupación sincera por su bienestar. Por citar un ejemplo, varios países latinoamericanos ofrecen a las mujeres jubilarse antes que los hombres pese a su mayor esperanza de vida, y los documentos aquí mencionados no lo señalan ni una sola vez.

Imaginen que la salud femenina se tratara de forma similar, culpando al “marianismo” de una reducción en la esperanza de vida femenina. Si se señalara a la mujer para afirmar, de forma directa o indirecta, que deje de hacerse la sacrificada para aumentar sus años de vida y deje de aferrarse al poder que ejerce en el área doméstica, ignorando factores externos, todos nos daríamos cuenta rápidamente de que no estaríamos ante un discurso sincero.

Centrarse en el “machismo” o la “masculinidad tóxica” supone relegar a un segundo plano otros asuntos que se mencionan en los escritos que he criticado, como un mayor acceso al sistema de salud, o una mayor inversión para combatir el cáncer de próstata. Además de otros factores que pueden influir en los índices de suicidio, como las condiciones en que se encuentran muchos hombres tras el divorcio, pues recordemos por ejemplo que el número de hombres divorciados que se suicidan es ocho veces superior al de las mujeres divorciadas.

En definitiva, un interés genuino por la salud masculina no falsearía datos, excluiría factores o rechazaría otras interpretaciones válidas. Eso no es lo que estamos presenciando, que sólo puedo explicar por el interés en mantener una narrativa de género cuyas fisuras son cada vez más evidentes.

¿Crisis de la masculinidad o devaluación de la utilidad masculina?

Masculinidades en crisis 2

La expresión “crisis de la masculinidad” ha sido empleada para referirse a las transformaciones experimentadas por el hombre ante los cambios sociales ocurridos en las últimas décadas. Suele retratarse de forma simplista como el resultado de una batalla entre los sexos donde la mujer resultó vencedora, despojando al hombre de su liderazgo como cabeza de familia y sumiéndolo en un estado de confusión. Ritxar Bacete, autor en el área de las nuevas masculinidades, lo describe así:

Los hombres estamos en crisis. La idea obsoleta que tenemos de lo que significa ser hombre se está resquebrajando cuestionada por un cambio positivo, el de la liberación y el empoderamiento de las mujeres. En un proceso de revolución pacífica, ellas han logrado ponernos delante el espejo y esto nos ha hecho dudar de lo que somos realmente. Y de lo que queremos llegar a ser.[1]

…Son ellas, las mujeres, los movimientos feministas, las que han socavado los cimientos del sistema patriarcal, las que han cambiado las relaciones, las que han señalado críticamente esta “masculinidad hegemónica dominante” en la que se ha basado la sociedad y aunque siguen quedando demasiados vestigios, el viejo tablero ya no sirve.[2]

Luis Bonino, otro conocido autor en este campo, también retrata la adaptación masculina a los cambios recientes como un proceso mental interno provocado por la nueva realidad de las relaciones de género:

Lo que sí es verdad es que actualmente hay una gran crisis, pero de legitimación del modelo social de masculinidad tradicional. Dicha crisis quita validación a muchas «verdades» masculinas, entre ellas la de la «naturalidad» de la subordinación de la mujer, lo que genera no una crisis pero sí inquietud y desconcierto a muchos varones.[3]

El profesor de la Universidad Complutense Antonio Agustín García García intenta dotar a esta “crisis” de mayor profundidad histórica, pero termina describiéndola principalmente como una evolución interna.[4] Incluso un artículo publicado en Harvard Business Review no entra a valorar causas externas más allá de la emancipación femenina.[5]

Cuando la “crisis de la masculinidad” es retratada por la prensa, no sólo se describe con triunfalismo como una victoria de la mujer sobre el hombre, sino que se jacta de la torpeza de este último para enfrentarse a los nuevos retos. Como se afirmó en el artículo “Masculinidades en crisis” publicado por el diario El País: “Ellas se incorporan a los ámbitos y clichés ocupados tradicionalmente por hombres; ellos son incapaces de asemejarse a lo que las mujeres representan.”[6]

¿Pero nos encontramos realmente ante una “crisis de la masculinidad”?

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