La ley antimantenidos en Ciudad de México

Imaginen una ley que modificara la actual división de bienes en caso de divorcio porque, según lo señalado por un diputado como Carlos Pizano: «encontramos casos en que el supuesto legal de indemnizaciones estaba generando injusticias». Como prueba se esgrimiría, entre otros testimonios, el de un hombre que «en el tiempo que duró su matrimonio, su pareja casi nunca ayudó en los gastos. Harto, hace unos meses el hombre exigió el divorcio pero su mujer demandó una indemnización de US$86.000 para marcharse». Y para colmo que Carlos Pizano hubiera declarado:
“Sabemos que muchos hombres son quienes llevan un hogar, trabajan, cuidan a sus hijos y además aportan el 100 por ciento de los gastos de la casa. Estas reformas los protegerán de posibles abusos, en caso de que el cónyuge intente chantajearlos”.

Sea cual sea su postura ante esta ley espero que opine igual cuando se refiere al sexo contrario, pues esto es justamente lo que ha ocurrido en la Ciudad de México. Los cambios económicos han resultado en que, según datos de BBC Mundo, 6,9 millones de mujeres aparezcan como cabeza de familia y principales proveedoras de la misma.

La ley en sí no me enfurece demasiado, por razones que explicaremos más adelante, sino la forma en la que se ha presentado y la ideología subyacente, que aparece bien reflejada en el apodo popular de la ley: «antimantenidos».

Históricamente, el sistema de género adjudicó un papel a cada sexo en la relación: los hombres serían los conductores y las mujeres los pasajeros, lo cual era conveniente para aquellos hombres y mujeres que se sintieran cómodos en estos papeles, pero que resultaba injusto para todos aquellos que quisieran adoptar el rol opuesto. Hoy día, los avances en igualdad de género han permitido que las mujeres puedan escoger y que como en México, tengan la oportunidad de decidir si desean ser conductoras o pasajeras. Sin embargo, leyes como ésta lanzan un mensaje claro a los varones: para ustedes no hay opción. Tienen que ser conductores por fuerza. Y si no les gusta, les presionaremos cambiando la ley.

Las conclusiones más importantes que podemos obtener son:

  1. Los políticos, por ser hombres, no legislan necesariamente en beneficio de los hombres. Éste es uno entre otros muchos ejemplos.
  2. La sociedad no se siente cómoda con que los hombres adopten nuevos roles de género. He sido incapaz de encontrar una sola protesta acerca de las premisas de esta ley.

¿Quién se benefició?

Los políticos populistas posiblemente se beneficien de esta ley al obtener el apoyo del electorado tradicionalista, que considera a los «mantenidos» como una especie de sub-hombres cuya existencia no debería ser tolerada. Más allá de estos dos grupos, ningún sexo se beneficia a largo plazo, pues puede que ahora las mujeres sean las principales proveedoras en Ciudad de México, pero futuros cambios económicos podrían revertir esta dinámica y dejarlas en una situación desfavorable. Me pregunto si entonces los políticos volverían a enmendar la ley.

Por qué la ley no me ofende

Como dije anteriormente, no es la ley lo que me molesta, sino las premisas bajo las que se formula. La ley modifica únicamente el régimen de separación de bienes, por lo que al fin y al cabo la otra parte sabe que no puede esperar demasiado tras el divorcio. Además, a la parte que no contribuyó económicamente todavía le corresponde entre un 1% y un 50% si se ha dedicado diligentemente al hogar y al cuidado de sus hijos, aunque obviamente el grado de dedicación es algo muy difícil de probar.

También es interesante que cuando las mujeres eran las «mantenidas» no era necesario demostrar que cuidaban del hogar o de los hijos, ni en que grado, porque se entendía que toda esposa y madre era diligente en estas áreas, independientemente de la realidad. Del mismo modo, ninguna de las mujeres que protestó el «abuso» de las leyes de divorcio, como en el ejemplo aparecido en BBC Mundo que mencionábamos al principio (con el sexo invertido), se quejó de que el hombre no se dedicara a las tareas del hogar o al cuidado de los hijos. Las quejas esgrimidas se centraban invariablemente en que el hombre no contribuía a los gastos del hogar, pero no se mencionaba su dedicación a los hijos o al cuidado de la vivienda. En resumen, el «abuso» no procedía de que el hombre no se ajustara a su nuevo rol de género como amo de casa, sino a que fallaba con su rol tradicional de proveer para la familia.