Violencia marital contra los hombres en países islámicos. Los casos de Irán y Arabia Saudí

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La violencia hacia la pareja masculina es un área que está recibiendo cada vez más atención en los países occidentales, llegando incluso a existir casas de acogida que aceptan a hombres maltratados[1] y líneas telefónicas especializadas.[2] En los países de mayoría musulmana, por el contrario, la información en cuanto a hombres maltratados es escasa, en contraste con la literatura académica sobre violencia contra la mujer.

Existen razones para explicar la disparidad: al contrario que en Occidente, donde los cónyuges son iguales ante la ley, en ciertos países como Irán o Arabia Saudí el estatus legal de cada sexo es diferente, las leyes que rigen el matrimonio tampoco son igualitarias y la expectativa cultural de sumisión femenina es marcada. Como se indicó en artículos anteriores, esto no significa que la situación del varón sea envidiable ni mucho menos, pero su posición de autoridad en las relaciones conyugales puede otorgar legitimidad a determinadas formas de violencia, algo que no ocurriría a la inversa.

Expuestas varias de las razones por las que una forma de violencia recibe más atención, es necesario indicar que la violencia conyugal contra el hombre en países islámicos no deja de existir por ello. Recordemos que también la encontramos en Europa y Estados Unidos en el pasado, donde igualmente el cabeza de familia esgrimía una mayor autoridad sobre aquellos que se encontraban bajo su protección e incluso podía contar con el derecho de corrección. En algunos países se humillaba al agredido sentándolo alrevés en un burro, o a la agresora con una cencerrada, entre otros ejemplos.[3]

Sobre el porqué de la violencia en la pareja, Soledad Murillo de la Vega escribió que:

Sabemos bien que las interacciones sentimentales son extraordinariamente complejas, pero no siempre los desacuerdos recurren a la palabra y menos aún a pactos en los que se explicite lo que cada persona espera de la otra. Todo lo contrario, la pareja también es un escenario de poder. Un poder que no se muestra públicamente, se reproduce en la intimidad de una relación sentimental, se justifica en nombre del amor y requiere de una sistemática expropiación de la identidad. Además, contiene una firme desautorización de todo rasgo de individualidad, recurriendo desde los agravios, hasta los golpes.[4]

Aunque de la Vega utilizó este argumento con la agresión masculina en mente para apoyar la Ley Integral contra la Violencia de Género en España, lo cierto es que me resulta más ilustrativo para explicar la violencia femenina. Por ejemplo la pareja como escenario de poder, y particularmente el hogar, en disputa por la autoridad masculina y el poder femenino de facto en dicha área; o que el poder se muestre y dispute en la intimidad, mientras que en público se haga deferencia a la autoridad masculina, como explicó la antropóloga Susan Carol Rogers;[5] o la expropiación de la identidad y desautorización de los rasgos de individualidad para reducir al otro a su rol de género, como también se mostró en los artículos sobre la figura de la incitadora en la guerra y las deudas de sangre.[6] En definitiva: las normas sociales pueden saltar por los aires en la intimidad del hogar o utilizarse para justificar la agresión y el maltrato.

Aunque no pretendo reducir un fenómeno tan complejo como la violencia en la pareja a una disputa de poder o a la maldad individual, en ocasiones tiende a confundirse el estatus subordinado o de víctima con el de superioridad moral. Sin embargo, deteniéndonos por ejemplo en el trato de algunas mujeres saudíes a sus empleadas domésticas, casi siempre inmigrantes, podemos comprobar cómo la subordinación a la autoridad masculina no implica en absoluto incapacidad para la violencia y el maltrato.[7]

A fin de explicar la violencia marital o de pareja en países no occidentales, se ha recurrido a tres modelos: la teoría del patriarcado (o teoría feminista), la hipótesis de vigilancia de la pareja (mate-guarding, derivada de la psicología evolucionista) y la hipótesis del rol social defendida por John Archer. Sólo esta última, como explicaremos más adelante, tiene en cuenta la violencia de las mujeres hacia sus parejas masculinas, y por tanto los datos encontrados en la elaboración de este artículo se inclinan hacia ella. 

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Teoría de la violencia propietaria materna (II): explicando la excepción estadounidense

Nota: se trata de una teoría ficticia, como indiqué en la primera parte y explicaré al final del texto. Los datos, en cambio, son correctos salvo que se indique lo contrario.  

En el artículo donde introduje la teoría de la violencia propietaria materna, o terrorismo materno, realicé la siguiente afirmación: “en Estados Unidos, entre los años 2001 y 2006, el 70,8% de los niños asesinados por uno de sus padres lo fue a manos de su madre”. Pues bien, el dato es incorrecto. Ese porcentaje incluye no sólo los filicidios sino también las muertes por negligencia.

Dado que los informes de maltrato infantil del Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno de Estados Unidos no separan los datos según se trate de negligencia o abuso, he tenido que acudir a otra fuente: un estudio que analizaba los filicidios en un período de 32 años y que se basaba en los arrestos realizados.

El estudio indicaba que el 57% de los agresores habían sido varones, y el 43% mujeres. Sin embargo, cuando delimitamos los asesinatos a los progenitores y excluimos a las víctimas mayores de 18 años (pues el filicidio no equivale necesariamente a infanticidio), los porcentajes casi se igualan, con los padres representando el 50,7% y las madres el 49,3%.

Aunque estas cifras en apariencia no apoyarían la teoría de la violencia propietaria materna, voy a explicar por qué en realidad sirven para confirmarla.

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Por qué los asuntos de género hacen que gente de izquierdas vote a Vox

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Antes de empezar este artículo voy a enumerar las advertencias de rigor:

Primero, el texto se basa en lo que me han contado varios conocidos que encajan en este perfil, por tanto no puedo afirmar que sus razones sean universales. Sin embargo, publico este escrito porque sospecho (aunque no pueda probar) que corresponderá a la mayoría de quienes hacen el cambio por cuestiones relacionadas con los asuntos de género.

Segundo, no pretendo convencer a nadie de que razone como ellos (o de que no lo haga). Sólo exploro un comportamiento que a muchos deja perplejo, pero que a mí no me parece tan descabellado, a pesar de que tampoco voto a Vox.

Tercero, este artículo no va a favor ni en contra de Vox. Repito, sólo intento explicar lo que a muchos parece inexplicable.

Habitualmente se piensa que a estas personas sólo les importan las cuestiones de género o las sitúan por encima de otras consideraciones. Por lo que he visto, esto no siempre es cierto: el problema está en el consenso de las políticas.

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¿Qué hay tras la afirmación “pero a ellos los matan otros hombres”?

A nivel mundial los hombres representan el 79% de las víctimas de homicidio y el 95% de los victimarios. Este segundo porcentaje a menudo se ha empleado para mitigar el primero mediante la afirmación “a ellos los matan otros hombres”. Como dato comparativo, en la comunidad negra de Estados Unidos el 93% muere a manos de otro negro, y a nadie se le ocurriría afirmar que supone un efecto “compensatorio”, sino más bien todo lo contrario.

Cuando se trata del varón, en cambio, siempre hay alguien a quien le falta tiempo para señalar el sexo del agresor cuando se afirma que la mayoría de las víctimas son hombres, tanto que pareciera irles la vida en ello. Esta inclinación, en principio, podría deberse a la idea de que muchos de los asesinatos intramasculinos involucran a grupos criminales que se matan entre sí, pero teniendo en cuenta que según datos de la ONU representan el 19% de los homicidios (y difícilmente todas sus víctimas serán otros criminales), no parece que sea la razón. En este artículo explicaré a qué se debe realmente este apartheid de la empatía en el que unas muertes tienen más valor que otras por razón de sexo.

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Denuncias falsas en perspectiva (II). La comparación internacional: India

Si les relatara la historia de un hombre inocente arrestado y encarcelado por la mera acusación de una mujer, lo más probable es que imaginaran un caso relacionado con la ley integral contra la violencia de género (LIVG) en España. Sin embargo, este escenario puede darse en un país tan diferente y lejano como India, donde la Sección 498A del Código Penal se ha convertido en su equivalente, con el añadido de que esta declaración le permite también encarcelar a cualquier pariente del hombre acusado, independientemente de su sexo.

En España se afirma que la LIVG sólo produce un 0,01% de denuncias falsas, ¿cuántas son confirmadas bajo la Sección 498A? El presente artículo pondrá de relieve la disparidad entre el número de denuncias falsas que registra cada ley para plantear el porqué de tal disparidad.

El origen de la Sección 498A

La que se considera actualmente como la ley más abusada del país nació, al igual que en el caso español, con la noble intención de proteger a mujeres maltratadas. Hay, sin embargo, un elemento cultural añadido que no existe en nuestro país: se ideó fundamentalmente para combatir la violencia relacionada con la dote.

Inicialmente la dote se estableció para garantizar la independencia económica de la mujer en caso de separación o viudedad, pero debido a que aumentaba el patrimonio familiar de quienes acogían a la mujer, terminó convirtiéndose en un bien codiciado por el esposo y sus parientes. En algunos casos, si las expectativas en cuanto a la dote no se cumplían, la mujer podía ser hostigada o maltratada por el esposo y/o sus familiares para obtener mayores bienes o dinero, culminando en asesinato o conduciendo al suicidio de la esposa si las exigencias no eran satisfechas. En un buen número de casos el asesinato se ha llevado a cabo quemándola viva, debido a que las muertes por quemadura con queroseno se deben en primer lugar a accidentes que ocurren en la cocina, seguidas del suicidio, con el asesinato como tercera causa.[1] De esta manera puede resultar más fácil hacer pasar este tipo de muertes por accidentes o suicidios.

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