La situación de los varones en Irán

Imagen de Shutterstock.

Introducción

La mayoría de nosotros estamos bastante familiarizados con la discriminación femenina en Irán, particularmente en lo relacionado con el pañuelo islámico, la necesidad del consentimiento del marido para obtener un pasaporte y la lapidación. Este artículo tratará la discriminación legal y otros problemas que también experimentan los varones por razón de sexo. Con ello no pretendo minimizar el sufrimiento femenino, sino cuestionar la idea de que la discriminación sexual es unidireccional, o que no existen en el país graves problemas que afectan desproporcionadamente al sexo masculino.

1. La lapidación y las ejecuciones por adulterio

«Hombre lapidado hasta la muerte en Irán por adulterio». La captura proviene de un artículo de Reuters.

A muchos les sorprenderá que comience con un tema como la lapidación, que se considera que afecta mayoritaria o exclusivamente a las mujeres, pero lo hago porque los datos de los que disponemos no se corresponden a esta percepción de la realidad. 

La ONG Stop Stoning Now recogió en un informe el mayor número de víctimas conocido desde 1980 hasta 2010. Si contamos únicamente aquellas cuyos nombres quedaron registrados, en estas tres décadas fueron ejecutados 23 hombres y 23 mujeres (pp. 5-8). Ahora bien, si contamos a todas las víctimas, incluyendo aquellas cuyos nombres se desconocen, según esta ONG tendríamos 71 hombres y 54 mujeres que habrían sido lapidados (ibid). Debe recordarse que este castigo en Irán sólo se aplica al adulterio y por tanto todos los hombres lapidados lo fueron por la misma razón que las mujeres. 

El Centro Abdorrahman Boroumand recoge un número más limitado de ejecuciones por lapidación, pero muestra una diferencia similar: 7 mujeres frente a 17 hombres. A partir de 2013, debido a la presión internacional, muchas de estas sentencias se ejecutaron por otros métodos como el ahorcamiento. En ese sentido el Centro Abdorrahman Boroumand, que incluye estadísticas desde 1979 hasta 2021, recoge la ejecución de 32 mujeres y 86 hombres por razones de infidelidad conyugal si sumamos todos los métodos (incluyendo la lapidación). 

La ejecución por adulterio no es un asunto exclusivamente masculino, pero todo apunta a que les afecta en igual o en mayor medida que a las mujeres. 

2. La homosexualidad

Fotografía de NuevaTribuna.es

El código penal iraní recoge tanto la homosexualidad masculina como la femenina. Mientras que el «delito» masculino aparece como sodomía (penetración anal o ser voluntariamente penetrado) el femenino es llamado lesbianismo, y se define como “homosexualidad empleando los genitales”. Entre ellos existe una importante diferencia: la homosexualidad masculina es castigada con la muerte (generalmente la horca) a la primera ofensa, mientras que la femenina se pena con la muerte a la cuarta ofensa (p. 6). Esto explicaría en parte por qué 158 hombres han sido ejecutados por este “crimen” pero ninguna mujer desde 1979 a 2021.

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Centros de masculinidades y centros de reeducación: una comparación imperfecta

Centro de masculinidades de Barcelona (fotografía de Blanca Blay – ACN)

El prisionero se une a condenarse menos por lo que ha hecho que por lo que ha sido: como occidental —y por lo tanto, como “imperialista”— es culpable (…). Cuanto más se somete el preso a estos juicios en blanco y negro, más entrega todo lo que es sutil o matizable (…). A medida que el prisionero acepta esta moralidad grupal “superior”, sus juicios más duros hacen causa común con las partes más tiránicas de su propia conciencia.

—Robert Jay Lifton, Thought Reform and the Psychology of Totalism. University of North Carolina Press, 1989.

Cuando la alcaldesa de Barcelona anunció la apertura de un centro de masculinidades en la ciudad, varios medios lo describieron como un centro de reeducación, invocando el espectro de las dictaduras comunistas. Incluso, el término nuevas masculinidades recuerda al del nuevo hombre soviético. La palabra reeducar ha sido también empleada por los propios promotores de este tipo de cursos, como en el documento de la UNAM «Trabajando para reeducar a los varones: la experiencia del trabajo grupal hacia la igualdad de género«. ¿Pero se trata de una comparación desafortunada, o existen similitudes válidas para establecerla? El presente artículo examinará los puntos en común de este tipo cursos con respecto al proceso de reeducación descrito por Robert Jay Lifton en la China maoísta y también abordará las limitaciones de esta comparación.

Introducción

En su obra de 1961 Thought Reform and the Psychology of Totalism – A Study of «Brainwashing» in China [Reforma del pensamiento y psicología del totalitarismo – un estudio del «lavado de cerebro» en China] Robert Jay Lifton examinó los casos de extranjeros (europeos o norteamericanos) que habían sido detenidos en la China de Mao y sometidos aun proceso de reeducación. Lifton dividió su desarrollo en doce pasos, comenzando con el asalto a la identidad y terminando en una confesión formal que emanaba de una convicción interna: el renacimiento como nuevo hombre.

A priori lo descrito por Lifton no parece semejante a la dinámica que encontramos en los talleres de masculinidades: los sujetos descritos por Lifton habían sido arrestados, retenidos contra su voluntad en instalaciones penitenciarias y sometidos a vejaciones físicas y psicológicas. Quienes asisten a talleres de nuevas masculinidades lo hacen a menudo por iniciativa propia o quizá animados por alguien de su entorno, aunque también hay casos donde se imparten a los trabajadores a petición de una empresa o institución. Algunos sí llegan a impartirse a criminales pero suelen ser igualmente voluntarios y constituye el escenario menos habitual. Además, la duración de estos cursos es relativamente corta comparado con el proceso de reeducación descrito en su obra.

Dicho esto, el proceso transformador de la identidad que se da en ambos casos presenta similitudes considerables: casi todos los pasos del modelo de reeducación se encuentran a distintos grados en este tipo de cursos (o discursos). Por otra parte, llegados a cierto punto, se establecía un entorno de aprendizaje similar al de una escuela:

Al tratar con los criminales, habrá regularmente medidas como clases de estudio correctivo, entrevistas individuales, estudio de documentos asignados, y discusiones organizadas, para educarlos en la admisión de culpabilidad y obediencia a la ley, política y actualidad, producción laboral y cultura, para exponer la naturaleza del delito cometido, borrar completamente los pensamientos criminales, y establecer un nuevo código moral. (17)

Regulaciones penitenciarias del Partido Comunista Chino

Este tipo de instrucción fue experimentado por algunos prisioneros. Como señala Lifton:

A veces, la prisión adquiría una atmósfera muy académica. Vincent y sus compañeros de prisión centrarían su atención en aplicar la teoría marxista a problemas chinos e internacionales; a los prisioneros se les llamaría “compañeros de escuela”, mientras que los funcionarios de prisiones serían llamados “instructores”, y todos enfatizarían que sólo deben usarse “discusión” y “persuasión” para enseñar a los ignorantes. (27)

A continuación citaré varios fragmentos de la obra de Lifton, con breves anotaciones para clarificar lo que considero similitudes y diferencias en los doce pasos.

Los doce pasos del proceso psicológico

El proceso descrito por Lifton es uno de muerte y renacimiento: la persona sometida a él muere para dar lugar al nuevo hombre comunista, con una consciencia desarrollada que condena a su antiguo yo y emplea su posición para ayudar al pueblo (palabra que en realidad se refiere al Partido). Los doce pasos nos ayudan a entender cómo esto sucede.

1. Asalto a la identidad

Desde el principio, se le dijo al Dr. Vincent que no era realmente un doctor, que todo lo que se consideraba a sí mismo era simplemente un manto bajo el cual escondía lo que realmente era. Y al padre Luca [un sacerdote católico] le dijeron lo mismo, especialmente sobre el área que consideraba más preciada: su religión. Cada intento por parte del prisionero de reafirmar su identidad humana adulta y para expresar su propia voluntad («no soy un espía: soy médico” o “debe tratarse de un error: soy sacerdote, digo la verdad”) fue considerada una muestra de resistencia y de “falta de sinceridad”, y provocó un nuevo asalto (…) que condujo a alguna forma de rendición interior (67). Este socavamiento de la identidad es el trazo a través del cual el prisionero “muere para el mundo”, el requisito previo a todo lo que sigue. (68).

El asalto a la identidad es uno de los aspectos más fáciles de comparar. La mayoría de los hombres no encuentran nada malo en su identidad masculina, hasta que descubren que no existe una identidad masculina positiva salvo que se corresponda a las nuevas masculinidades. El hombre no es simplemente tal, sino la herramienta de una fuerza mayor: el patriarcado (que reemplaza aquí al imperialismo). No eras la buena persona que creías, sino que mediante formas de pensar heredadas y acciones cotidianas participas de un modelo de opresión. Una vez comprendido esto, se puede proceder a los siguientes pasos.

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La promesa vacía de la deconstrucción masculina

Aclaraciones preliminares

Hace unas semanas indiqué en las redes sociales que el 90% de las víctimas de las desapariciones forzadas entre 1980 y 2019 fueron varones (pp. 28-33), dato que apoya el modelo del intercambio de estatus por protección que he defendido en esta bitácora. A ello, un comentarista respondió en tono condescendiente que la solución al problema, además de otros como la violencia, el suicidio y las muertes laborales, consistía en cambiar el modelo de masculinidad hegemónica: deconstruir al varón para que adopte una nueva masculinidad.

Por supuesto es dudoso que adoptar una nueva masculinidad te haga invulnerable a las desapariciones forzadas de una dictadura o a la violencia criminal. Y si incluimos en este nuevo modelo a potenciales dictadores y delincuentes, todo podría reducirse a que los problemas se solucionarían si todos nos comportáramos bien con el prójimo. Sin embargo, como suele ser una respuesta cada vez más habitual cuando trato problemas masculinos no relacionados con el feminismo, decidí crear esta entrada para llevar ese argumento hasta sus últimas consecuencias y así exponer las dudas que me plantea.

Antes de empezar, quiero indicar lo que esta entrada NO es: una crítica a modelos alternativos de masculinidad en defensa de uno tradicional. Siempre he estado a favor de una mayor flexibilidad y libertad en ese sentido: que el hombre no sea socialmente penalizado por competir en un torneo de artes marciales mixtas o trabajar en una guardería, por poner ejemplos de áreas habitualmente asociadas a lo masculino y femenino, que tampoco tienen por qué ser herméticas. Así pues, no realizaré una crítica a las preferencias personales, sino a la idea de que deconstruir la masculinidad para adoptar una variante más feminizada supondría el fin de la violencia y los problemas masculinos que de ella se derivan. Y pongo el foco en la violencia porque ésta es la gran preocupación de las nuevas masculinidades, como pueden ver por ejemplo la imagen que sitúo abajo.

Finalmente, también matizar que esta mayor flexibilidad o libertad no debe identificarse con las nuevas masculinidades, pues si bien estas últimas proponen modelos alternativos de masculinidad, terminan oponiéndolos a los tradicionales y asignándoles una posición moral superior, postura que no comparto.

Habiendo clarificado todo esto, ahora sí, comenzamos el artículo propiamente dicho.

Portada de la revista Masculinidades. He añadido las flechas para resaltar el interés por la violencia.

La deconstrucción masculina como solución a la violencia

En la entrada «Masculinidad: el nuevo origen del mal” señalé que se identifica el modelo de masculinidad tradicional únicamente con sus excesos, trazando hasta él todo tipo de males: desde el la violencia hasta el imperialismo, pasando por el racismo e incluso la corrupción. Eliminando esta fuente de problemas, se podría teóricamente construir un mundo más justo y mejor donde los hombres no sufrieran la violencia que ellos mismos generan, o el desgaste mental que conlleva el culto a la virilidad. Éste es, en suma, el argumento que suelo encontrar, con pequeñas variantes.

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Amos del lenguaje. Amos del discurso de género

…pero, en todo caso, lo que demuestra es que hay trescientos sesenta y cuatro días para recibir regalos de incumpleaños…

-Desde luego -asintió Alicia.

-¡Y sólo uno para regalos de cumpleaños! Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!

-No sé qué quiere decir con eso de la “gloria” -observó Alicia.

Humpty Dumpty sonrió despectivamente.

-Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que “ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada».

-Pero “gloria” no significa “un argumento que deja bien aplastado” -objetó Alicia.

Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.

-La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

-La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda…, eso es todo.

Fragmento de A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871)

Introducción

Patriarcado, violencia estructural, feminicidio, violencia machista, masculinidad tóxica… En el debate público actual encontramos numerosos términos que anteriormente se limitaban a discusiones internas dentro del feminismo. Algunas palabras son de nuevo cuño, otras existían ya en trabajos académicos o eran de uso común pero se empleaban con un sentido distinto. Las hay que se definen de forma estricta, como por ejemplo “el feminismo es igualdad”; algunas cuyo significado es elástico, como emplear machismo para describir desde la discriminación legal hasta la división sexual del trabajo; y finalmente otras cuyo vago significado rara vez es cuestionado, como el término violencia estructural

¿A qué se debe toda esta proliferación de términos que han dominado los debates de género durante la última década?

El cambio de paradigma

Desde la tradición aristotélica se consideraba que la idea u objeto (significado) existía de forma independiente y era expresado por el hablante a través de la palabra (significante). Esta premisa sería cuestionada en un proceso que comenzó con Ferdinand de Saussure y culminó con Jacques Derrida: si los objetos o ideas existían fuera de los significantes, debía haber traducciones exactas entre distintas lenguas. Sin embargo, las traducciones a menudo se topan con palabras sin equivalencia en la lengua traducida, o que pueden ser similares pero no iguales, por lo que a menudo se recurre a aproximaciones. La unión entre el significado y el significante no correspondería así a una realidad independiente, sino a la convención social. No obstante, ha de clarificarse que no se niega la realidad misma, sino el acceso que tendríamos a ella a través del lenguaje y las limitaciones resultantes.

La importancia de estas conclusiones en cuanto al debate cultural en asuntos de género (entre otros) son significativas: si nuestro acceso a la realidad se produce a través del lenguaje, controlar y manipular el lenguaje puede transformar la forma en que entendemos la realidad. Se lograría así no sólo la victoria en la guerra cultural, sino también en el sistema de reglas donde impacto del lenguaje es más poderoso: la ley. 

En este artículo presentaré algunos de estos términos y cómo se emplean para limitar nuestra forma de entender la realidad.

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La opresión de la mujer nativa en el discurso colonial europeo

«¿[Acaso] no eres bonita? ¡Desvélate!» Cartel colonial francés distribuido durante la Guerra de Argelia (1958)

En el programa colonial, era la mujer a quien se otorgaba la misión histórica de agitar al hombre argelino. Convirtiendo a la mujer, ganando su adhesión a los valores extranjeros, liberándola de su estatus, se conseguía al mismo tiempo obtener poder real sobre el hombre y adquirir medios prácticos y efectivos para desestructurar la cultura argelina.[1]

Frantz Fanon

En un artículo anterior sobre la Unión Soviética describí lo que Sergei Kukhterin llamó “la alianza entre el Estado y la mujer”: una forma en que el Estado abrió el espacio doméstico para poner bajo su control el comportamiento masculino y supeditarlo a sus intereses.[2] Aunque la maniobra parecía inusual, lo cierto es que no era completamente nueva. Los imperios coloniales emplearon el discurso de la liberación femenina para desestabilizar y controlar los territorios colonizados, además de justificar su dominio. En este artículo nos centraremos en tres casos: Argelia bajo la ocupación francesa y Egipto e India bajo el gobierno británico.

Desvelando Argelia

Frantz Fanon, uno de los líderes del Frente de Liberación Nacional, resumió la doctrina política colonial francesa con estas palabras: “Si queremos destruir la estructura de la sociedad argelina, su capacidad de resistencia, lo primero que debemos hacer es conquistar a sus mujeres. Debemos ir y encontrarlas tras los velos en que esconden y en las casas donde los hombres las mantienen fuera de vista.”[3]

Para Fanon, la estrategia no habría sido fruto de un repentino interés en los derechos de la mujer, sino de un trabajo coordinado entre los departamentos árabes, los sociólogos y los etnólogos de lo que se llamó “asuntos nativos”, tras descubrir que bajo un aparente patriarcado se escondía una importante esencia “matriarcal.”[4] También hubo otras consideraciones, como por ejemplo que el vecino Túnez había avanzado en cuanto a los derechos de la mujer una vez terminada su etapa colonial, haciendo que el papel “civilizador” de Francia pareciera cada vez más cuestionable.[5]

El gobierno de ocupación francés comenzó así una campaña que describía a las mujeres argelinas como humilladas, degradadas y deshumanizadas por sus hombres a fin de “confinar al argelino en un círculo de culpabilidad,”[6] mientras se presentaba como su salvador frente a la barbarie nativa a través de una campaña de propaganda en la que participaron trabajadores sociales y organizaciones caritativas. Se invitó así a las mujeres argelinas a tener un papel crucial para transformar su destino, y las pocas que accedieron a hacerlo fueron tratadas como pequeñas celebridades en la metrópoli, empleándolas como símbolos que justificaban el dominio francés.[7]

La “liberación” de la mujer se identificó con la eliminación del velo, término que también se empleó para designar muchos tipos de pañuelos islámicos.[8] Llegaron incluso a existir ceremonias de desvelamiento, donde las mujeres (en su mayoría sirvientas bajo amenaza de despido, prostitutas o mujeres pobres llevadas contra su voluntad) eran desveladas bajo el grito de “¡Viva la Argelia francesa!”[9]

Fanon, claro está, no era un observador neutral del conflicto argelino. Sin embargo su descripción es consistente con el relato de historiadores posteriores. Elizabeth Perego, por ejemplo, describe cómo en 1958 la argelina Monique Améziane se dirigió a una multitud para hablar de su deseo de emancipación, quitándose públicamente el velo en un intento de convencer a las mujeres argelinas de que debían seguirla para liberarse. Aunque por supuesto, bajo la tutela francesa. Lo que también describe Perego es cómo esta mujer lo hizo contra su voluntad. Tras intentar sin éxito que otras argelinas declararan públicamente su lealtad al gobierno francés mediante el gesto simbólico de desvelarse, las autoridades francesas amenazaron a Améziane con ejecutar a su hermano de no cumplir con su petición.[10]

Y por supuesto no podemos olvidar las torturas y violaciones cometidas por soldados franceses a mujeres argelinas. Torturas que tenían connotaciones “modernizadoras”: desde la electrocución, hasta violar empleando una botella de Coca-Cola, pasando por utilizar los velos para atar a las mujeres. Paralelamente a estos horrores, el gobierno francés emitió una película propagandística sobre la opresión de la mujer argelina. Matthew Connely señaló al respecto que “si hay un villano en la obra no es específicamente el Frente de Liberación Nacional, que ni siquiera se menciona, sino “muchos musulmanes” (…) que insisten en el control total y la obediencia absoluta, cuyas mujeres son tratadas poco mejor que el ganado.”[11] Como indica Perego, esta contradicción (o hipocresía) se podía encontrar en el entonces coronel Jacques Massu y su esposa Suzanne. Mientras el primero supervisaba la tortura y violación de las argelinas, su esposa participó en la fundación del Movimiento de Solidaridad Femenina para ayudarlas.[12]

El mayor problema para el discurso francés sería sin duda la aparición de luchadoras argelinas en el FLN, particularmente cuando manipularon el prejuicio del velo, quitándoselo para burlar la vigilancia francesa y realizar actividades logísticas sin levantar sospechas.[13] Se calcula que durante el conflicto, al menos 11.000 mujeres participaron activamente en la guerra.[14] Sin embargo, una vez terminado, fueron confinadas al hogar y el nuevo gobierno argelino no realizó reformas significativas en cuanto a sus derechos. Quizá porque como afirmó Fanon “vemos una general actitud de rechazo hacia los valores del colonizador, incluso cuando estos valores son objetivamente merecedores de ser elegidos.”[15]

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