Breve nota sobre masculinismo e independencia intelectual

El término masculinismo continúa sin estar bien definido. Hasta hace muy poco se ha empleado para describir desde corrientes o actitudes de supremacía masculina hasta movimientos profeministas como las nuevas masculinidades. Su uso más habitual, sin embargo, hace referencia a la defensa de los derechos de los hombres, equiparándose con lo que en el mundo anglófono llaman Men’s Rights Movement.

Si bien nadie es dueño del término, en esta breve nota voy a explicar lo que considero que debería ser (o no) el masculinismo, de forma que pueda ser compatible con la independencia intelectual. Como sabemos, la mayoría de los “-ismos” (feminismo, marxismo, etc.) no son amigos de esta independencia por girar en torno a una serie de principios inamovibles. Lo que planteo, por tanto, es que el masculinismo sea más próximo al humanismo que al feminismo.

El masculinismo debe ser sencillamente el “movimiento que lucha por eliminar la discriminación masculina por razón de sexo y mitigar otros problemas que afectan mayoritariamente al varón.” Se trata de una postura personal que es independiente de la posición intelectual de la que parta cada uno.

Por ejemplo yo considero que el intercambio tradicional entre los sexos ha sido uno de estatus por protección, y que ello puede explicar buena parte la problemática masculina (aunque no toda). Ahora bien, no se trata de un dogma de fe, y nadie tiene que compartirlo para ser masculinista. La aproximación a los problemas masculinos ha de contar con todas las disciplinas que puedan arrojar luz sobre ellos: antropología, historia, biología, economía, etc.

El masculinismo, por lo general, aporta una perspectiva diferente al cambiar la universalidad de lo masculino por una especificidad de género. Buena parte del inesperado éxito de la entrada “la discriminación masculina en 51 memes” consistió justamente en tomar problemas que se consideraban humanos o universales para ponerles rostro masculino. Dicho esto, repito que se trata de una perspectiva o aproximación. Ser masculinista no supone tener acceso a ningún tipo de verdad de la que el resto sea ignorante, no hace a uno más intelectual o más sabio, ni tampoco resulta en una moralidad superior. Y si en algún momento se diera mayoritariamente esta asociación, renunciaría a la etiqueta de inmediato.

Es cierto que lo ideal sería un igualitarismo que incluyera a ambos sexos. Sin embargo, existe una gran disparidad en cuanto a la atención prestada a los problemas masculinos y femeninos desde una perspectiva de género. Por ejemplo los femeninos son tratados por la prensa, la universidad, los gobiernos y las instituciones nacionales e internacionales, mientras que los masculinos (repito, desde un ángulo de género) no reciben una fracción del mismo tratamiento y se limitan a espacios disidentes. A mucha gente, incluyendo un servidor, no le gustan las etiquetas, pero en ocasiones constituyen un buen recurso para agruparse y combinar fuerzas en una dirección.

Masculinidad: el nuevo origen del mal

El Origen Del Mal Multiple Seleccion

La imagen que encabeza este artículo fue inicialmente ideada para las redes sociales, pero nunca llegué a publicarla porque a veces los mensajes sencillos, aunque con su grano de verdad, tienden a simplificar demasiado. En las religiones abrahámicas el pecado original no fue tanto el origen del mal (que correspondería a la rebelión de Satanás), como el origen de todos los males. La tradición budista es tan diversa que resulta complicado realizar afirmaciones contundentes, y el deseo se originaría a su vez en la ilusión del yo y la ignorancia de las cuatro verdades nobles.

Mi intención, en cualquier caso, era plasmar la idea de que en las religiones tradicionales no se adscribía una connotación sexual específica al mal (y por extensión a los males del mundo) que sí se realiza en el discurso de género actual. Algunas interpretaciones del relato bíblico pudieron atribuir una mayor culpa a Eva de la expulsión del Paraíso, pero el mal y el pecado nunca fueron configurados como un valor fundamentalmente femenino, sino humano. De hecho la Biblia señala consistentemente a Adán cuando se refiere al pecado original, y la Iglesia Católica suele referirse a él como “el pecado de Adán”. Por ejemplo en el Catecismo de la Iglesia Católica se recoge (el resaltado es mío):

Siguiendo a San Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es «muerte del alma» (403).

¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán sicut unum corpus unius hominis («Como el cuerpo único de un único hombre») (Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae de malo, 4,1). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo (404)

Y la propia Biblia también relaciona fundamentalmente a Adán, más que a Eva, con el pecado original:

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Romanos 5:12-14)

Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí (Oseas 6:7)

Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Corintios 15:22)

La constante referencia a Adán desde luego no excluye a Eva, sino que señala al primero como representante de la humanidad. El pecado y el mal no eran ni masculinos ni femeninos, sino humanos.

Aclaradas estas cuestiones preliminares, en la presente entrada mostraré cómo el discurso de género actual se aleja de premisas que sitúan el mal como algo propio del ser humano para confinarlo a la masculinidad y, por extensión, a los hombres.

El “pecado original” en el discurso de género

La caída del ser humano de un estado de gracia para ser arrojado a un mundo de dolor y sufrimiento también tiene una contrapartida laica en el discurso de género. La feminista Gloria Steinem es quien nos ofreció el relato más colorido:

Hace mucho tiempo, muchas culturas de este mundo eran parte de la era ginocrática. La paternidad no había sido descubierta y se pensaba… que las mujeres daban fruto como los árboles -cuando estaban maduras. El nacimiento era misterioso. Era vital. Y era envidiado. Las mujeres eran adoradas por ello, eran consideradas superiores por ello (…) Los hombres se encontraban en la periferia -un cuerpo intercambiable de trabajadores, adoradores del centro femenino, el principio de la vida.

El descubrimiento de la paternidad, la causa sexual y el efecto del alumbramiento, fue un cataclismo para la sociedad como, por así decirlo, el descubrimiento del fuego o la división del átomo. Gradualmente la idea de la propiedad masculina del niño tomó fuerza (…).

La ginocracia también sufrió invasiones periódicas de tribus nómadas (…). El conflicto entre cazadores y cultivadores era en realidad el conflicto entre culturas dominadas por el varón y culturas dominadas por la mujer (…). Las mujeres gradualmente perdieron su libertad, misterio y posición superior. Durante cinco mil años o más, la era ginocrática había florecido en paz y productividad. Lentamente, en varias etapas y en diferentes partes del mundo, el orden social fue dolorosamente revertido. Las mujeres se convirtieron en una clase subordinada, marcada por sus visibles diferencias.”

No fue la única. Dentro del mundo hispanohablante Coral Herrera también describió con su artículo “La revolución patriarcal y el fin de las diosas” el colapso de un modelo femenino que terminó sumiendo a la humanidad en la violencia.
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