Es difícil arrojar cifras sobre la violación masculina, pero se calcula que alrededor del 10% de las víctimas de violación son varones. Dentro de este 10%, un 94% de los autores fueron otros hombres y sólo un 6% de las agresoras, mujeres. Esto significaría que el porcentaje de varones violados por mujeres sólo alcanzaría el 0,6% del total de violaciones existentes.
La cifra, 0,6%, se alinea con la visión general que tenemos sobre este tipo de agresión: un evento extremadamente raro del que nadie conoce víctimas, con la excepción de algún menor. Sin embargo, varios estudios institucionales y académicos señalan cifras mucho más altas. Por ejemplo el Center for Control Disease (CDC) publicó en 2010 un estudio titulado Sondeo nacional de violencia intima en la pareja y violencia sexual, cuyos resultados arrojaron números francamente sorprendentes: un 1,1% de las mujeres había sido violada en los últimos 12 meses (p. 18), en el 98% de los casos por un varón (p 24). Sin embargo, un 1.1% de los varones fue forzado a penetrar (p. 19), en el 79% de los casos por una mujer (p. 24). Esto significaría que mientras un 1.08% de las mujeres fueron violadas por hombres, un 0,87% de los varones fueron violados por mujeres. Según este sondeo la diferencia entre un tipo de violación y el otro sería mucho menor de la que pensamos. ¿Por qué existe entonces una diferencia tan desproporcionada entre las estadísticas criminales, los estudios institucionales y nuestra percepción de este crimen?
Antes de contestar a esta pregunta debo indicar que el sondeo del CDC no es el único en presentar datos como éstos. Denise A. Hines, profesora del Departamento de Justicia Criminal de la Universidad de Massachusetts, condujo un estudio global que examinaba la coerción y violencia sexual en las parejas heterosexuales de 38 países (p. 5). Sus resultados fueron incluso más extremos. Un 2.3% (p. 8) de las mujeres entrevistadas admitieron haber experimentado sexo forzado por parte de su pareja, mientras que la cifra alcanzaba un 2.8% en los hombres (p.6). Si bien sus conclusiones sólo son aplicables a la población universitaria.
El estudio de Barbara Krahe, titulado Agresión sexual femenina hacia el hombre: prevalencia e indicadores, publicado en Roles de género: una revista de investigación, también nos aporta datos que desafían las estadísticas criminales. De una muestra de 240 mujeres, entre un 9,3% y un 10.8% habían utilizado estrategias agresivas para obtener sexo de un hombre. Presión verbal supuso el 3.2%, uso de la fuerza el 2% y aprovechar el estado incapacitado del varón (por haber consumido alcohol o drogas, generalmente), un 5,6%, siendo este último el escenario más frecuente (p. 2 y p. 38). La inmensa mayoría de las violaciones eran realizadas sobre la pareja, ex-pareja, amigos y conocidos, pero muy rara vez sobre hombres extraños. El estudio incluye además un repaso de la literatura sobre este tema que arroja resultados similares.
Volviendo entonces a la pregunta planteada al inicio de este artículo, ¿por qué existe tanta disparidad entre lo que nos muestran los estudios académicos/institucionales, las estadísticas criminales y nuestra percepción de la realidad? No podemos descartar la posibilidad de que haya irregularidades en los estudios. Sin embargo, tiendo a pensar que la razón de esta discrepancia se encuentra en otros lugares.