Por qué la violencia en las relaciones de pareja no es estructural

Introducción

El término violencia estructural, fue acuñado por el noruego Johan Galtung en su artículo “Violence, Peace and Peace research” (violencia, paz e investigación sobre la paz), publicado por primera vez en 1969. Acudiendo a la definición de Galtung, argumentaré que la violencia en las relaciones de pareja no puede considerarse estructural. También mostraré que, según la definición, sí pueden existir otras formas de violencia estructural hacia las mujeres, pero también hacia los hombres por razón de sexo.

Aclaro que no pretendo dar mayor o menor validez a la definición de violencia estructural empleada por Galtung, proponer su aceptación, ni debatir los méritos o problemas de la misma, algo que constituiría un debate separado.

1. La definición de violencia (a secas) que emplea Galtung

Inicialmente el trabajo de Galtung buscaba ampliar la definición de paz para que fuera más allá de la idea habitual que la retrataba como “ausencia de violencia”. Sin embargo, esto podía conseguirse con mayor facilidad extendiendo el significado de violencia y comprendiendo sus dimensiones.

Normalmente la violencia se entiende como “incapacitación somática y privación de salud (con el asesinato como forma extrema) a manos de un actor que busca de forma intencionada esta consecuencia.” A partir de esta base añade otras formas de violencia como la psicológica y la no intencionada, entre otras, para llegar a una definición más amplia:

La violencia está presente cuando los seres humanos están siendo influenciados de forma que sus verdaderas realizaciones somáticas y mentales están por debajo de sus realizaciones potenciales (…). La violencia se define aquí como la causa de la diferencia entre el potencial y lo real.

Como ejemplo indica que la muerte de un hombre a causa de tuberculosis en el siglo XVIII, al ser prácticamente inevitable, no supondría violencia estructural. Sin embargo, la misma muerte en el siglo XX sí podría ser clasificada como tal debido a la existencia de avances médicos y científicos capaces de impedirla, pero que no se habrían empleado. En el ámbito de la realización mental tendríamos el ejemplo de la alfabetización: si una sociedad cuenta con recursos para que su población sepa leer y escribir pero no los emplea y como consecuencia existe gente analfabeta, también supondría violencia.

Esta amplia definición no es la que maneja el ciudadano corriente, por lo que su uso fuera del mundo académico tiende a desembocar en malentendidos, y de hecho como el artículo de Galtung no se encuentra disponible gratuitamente en internet tiende a ser poco accesible. Sin embargo, es necesario comprender lo que Galtung considera violencia (a secas) antes de adentrarnos en lo que define como violencia estructural.

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Diez razones para cambiar la narrativa. De la opresión masculina al intercambio de estatus por protección entre los sexos

boxing 2

Imaginen a un boxeador imbatible. Aparenta ser fuerte, pero no entrena demasiado. Se sabe que usa sustancias prohibidas y por ello ha recibido numerosas críticas, aunque nunca le ha supuesto ser descalificado. Algunos lo adoran, otros lo detestan, pero todos aceptan que es el mejor… porque nunca ha tenido un rival que le haya plantado cara.

Actualmente la creación y persistencia de los roles de género se interpreta bajo el paradigma de la opresión masculina: una imposición que beneficia unidireccionalmente al hombre. Sin embargo, al examinar la problemática del varón en áreas como las muertes laborales, el suicidio, la brecha penal y discriminaciones legales en el servicio militar obligatorio, las leyes contra la trata o las políticas migratorias, resulta cada vez más difícil aceptar la premisa de este beneficio unilateral. La réplica que lo achaca a la cultura patriarcal parece un vendaje improvisado para enmendar esta contradicción y resulta poco convincente, pero a falta de otras explicaciones tiende otorgársele validez. No importa cuán flojo sea un boxeador, resultará victorioso si no tiene un oponente al que enfrentarse.

Este artículo defenderá justamente un modelo alternativo que puede explicar mejor el contraste entre la elevada posición del hombre, su mayor mortandad en muchos escenarios y el silencio en torno a problemas específicos de su sexo: se trata del intercambio sexual de estatus por protección, que no sería libre y personal sino un intercambio institucionalizado. El sistema de roles de género perjudicaría y beneficiaría a ambos sexos en diversas áreas al proporcionar de forma general un mayor estatus al hombre y una mayor protección a la mujer.

Este modelo no debe identificarse como una causa inmediata para los distintos tipos de desigualdad, sino como un hilo narrativo que ayuda a conectar la discriminación tanto masculina como femenina, y que puede suponer un factor o causa lejana en ciertos casos. Cada tipo de discriminación tiene sus propias causas inmediatas, que sería necesario abordar para encontrar soluciones adecuadas.

He de advertir que como cualquier otro modelo, no lo abarca todo, pues la realidad es demasiado compleja, e intentar forzarla para ajustarse a las propias ideas perjudica a la larga la búsqueda de la verdad. Dicho esto, el modelo parte de una fuerte base, pues no sólo reconcilia la existencia de los problemas masculinos y femeninos más comunes, sino que explica las contradicciones del discurso de género imperante, que demanda (como es justo) una equiparación de estatus entre los sexos, pero no termina de renunciar a una protección especial para la mujer invocando mayor vulnerabilidad.

Ahora tenemos al segundo luchador en el cuadrilátero dispuesto a batirse en combate, ¿pero tiene lo necesario para desbancar al campeón? A continuación señalaré diez áreas donde podemos ver este intercambio de estatus por protección, incluyendo casos históricos. Se incorporan junto a ellas artículos relacionados con fuentes que sustentan las afirmaciones realizadas.

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