Hombres y mujeres en la Unión Soviética (II). Del ocaso patriarcal al renacimiento tradicionalista

Vasili Efanov, Un encuentro inolvidable, 37 de 1936, óleo sobre lienzo, 270 x 391cm, 1936-37

Pueden encontrar el primer artículo de la serie, Hombres y mujeres en la Unión Soviética (I). La anarquía sexual, pulsando sobre el enlace.

…durante años en nuestra difícil y heroica historia, no pudimos prestar atención a los derechos y necesidades específicas de las mujeres que surgen de su papel como madre y ama de casa, y su indispensable función educativa con respecto a los niños. Comprometidas en la investigación científica, trabajando en obras de construcción, en la producción, en los servicios y participando en actividades creativas, las mujeres ya no tienen tiempo suficiente para realizar sus tareas cotidianas en el hogar, la crianza de los hijos y la creación de un buen entorno familiar. Hemos descubierto que muchos de nuestros problemas, en el comportamiento de los niños y jóvenes, en nuestra moral, cultura y producción, son en parte causados por el debilitamiento de los lazos familiares y una laxa actitud hacia sus responsabilidades. Constituye un resultado paradójico de nuestro deseo sincero y políticamente justificado de hacer que las mujeres sean iguales a los hombres en todo. Ahora, en el curso de la Perestroika, hemos comenzado a superar esta deficiencia. Por eso mantenemos acalorados debates en la prensa, en las organizaciones públicas, en el trabajo y en el hogar, sobre la cuestión de qué debemos hacer para que las mujeres puedan regresar a su misión puramente femenina.

-Mijaíl Gorbachov, Perestroika.[1]

En la Rusia actual los detractores del aborto han crecido un 33% durante los últimos años, siendo las mujeres mayoría entre quienes consideran que el procedimiento no debería emplearse bajo ninguna circunstancia. La propuesta para excluir del código penal ciertas formas de violencia doméstica fue iniciativa de dos parlamentarias. Un grupo cosacas se manifestó a favor del castigo impuesto a Pussy Riot, y la denuncia de los estudios de género como una herramienta de Occidente para debilitar a la nación también ha sido emitida por mujeres.[2]

Aunque estos episodios no pueden generalizarse a la población del país, incluso la literatura académica admite que el feminismo en Rusia tiene un alcance muy limitado.[3] Las razones habitualmente expuestas son el retrato del feminismo como un movimiento ajeno a la cultura rusa y su asociación con las formas más radicales que pueden encontrarse en Occidente.[4] Y si bien estas explicaciones pueden ser correctas, existen razones más profundas ligadas a la historia de la Unión Soviética que nos ayudan a entender por qué muchas mujeres rusas muestran un rechazo tan intenso.

La alianza entre el Estado y la mujer

La primera entrada de esta serie describió cómo las medidas para instaurar la igualdad entre hombres y mujeres tuvieron efectos tan destructivos que en 1944 El Edicto para la Familia retiró la validez del matrimonio “de hecho”, prohibió las demandas de paternidad (mayoritariamente efectuadas por mujeres), reintrodujo la categoría de ilegitimidad y transfirió el divorcio a los juzgados. Sin embargo, el estatus del hombre como cabeza de familia había terminado, y con la incorporación masiva de la mujer al trabajo asalariado, la realidad de las relaciones de género en la Unión Soviética nunca volvería a ser la misma.

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La politización de la salud masculina: al servicio de la narrativa de género

La Organización Panamericana de la Salud, afiliada a la OMS, ha sugerido que la “masculinidad tóxica” es responsable de que en Latinoamérica los hombres vivan 5,8 años menos que las mujeres.

Si bien podemos objetar el uso términos políticamente cargados y vagamente definidos como “masculinidad tóxica”, es razonable indicar que los hombres participan en conductas de riesgo en mayor medida que las mujeres, y que ello podría tener un impacto en su menor esperanza de vida (aunque sería difícil medir cuánto). Uno de los problemas, sin embargo, es que se pretende convencer a los lectores de que la “masculinidad tóxica” o “el machismo” es la causa única o principal de toda la diferencia en la esperanza de vida, como se insinúa en la imagen de cabecera y se indica de forma explícita en esta otra:

«…una masculinidad mal entendida o «tóxica», rebaja en casi seis años la esperanza de vida de los hombres en el continente.»

El informe fue difundido por numerosos medios, incluyendo algunos tan conservadoras como La Razón.

Paralelamente, en España el diario El País y Cadena Ser organizaron el evento “La Nueva Masculinidad”, que se centró también en la salud masculina y responsabilizaba a la masculinidad tradicional de la falta de prevención y cuidado en los hombres, dejándonos este titular:

Que tanto el informe de la OMS como el evento de El País hayan coincidido en torno al 19 de noviembre, Día Internacional del Hombre, no es casualidad. La creciente popularidad de esta fecha, que Naciones Unidas y diversos medios relegan cada año en favor del Día Internacional del Retrete, se ha vuelto difícil de revertir, y pareciera que ahora existe un interés por mantener el control de la narrativa.

Llegados a este punto alguien podría objetar que quizá se trate de un interés genuino por la salud masculina y que no hay nada inherentemente dañino en pedir a los hombres que no tomen riesgos innecesarios o adopten más medidas de prevención. En este artículo, sin embargo, mostraré por qué hay un mayor interés en cimentar una narrativa política que por la salud masculina analizando tres áreas: la falsedad de los datos presentados, la exclusión de factores ajenos a la masculinidad para explicar la brecha vital y la incapacidad de contemplar explicaciones alternativas para las mayores conductas de riesgo masculinas.  

La falsedad de los datos

Vamos a comenzar con la afirmación de Juan Guillermo Figeroa, académico en el Colegio de México y experto en salud y masculinidad:

Una de las cosas que nos hemos dado cuenta al estudiar la salud de los hombres es que se mueren más veces por prácticas aprendidas que por enfermedades. Los datos revelan que hay una mayor temeridad; una búsqueda intencionada de situaciones de riesgo por el hecho de ser hombres (…).

Lo cierto es que mirando los datos de cualquier país puede comprobarse rápidamente que las causas externas (incluyendo la agresión), no son la primera causa de muerte, ni la segunda. En España aparecen en sexto lugar (p. 2).

Por otra parte, en México, las enfermedades también matan a muchos más hombres que las agresiones, pese a tratarse de un país con mayores índices de violencia (p. 33).

Podría afirmarse que en realidad se refiere al autocuidado, pero el autor realiza una distinción clara entre “hacerse el macho” y “enfermedad” para contraponerlas y alarmar al lector. Se trata, en suma, de una mentira absolutamente innecesaria.

Sin embargo, no es la única que he encontrado. El informe de la Organización Panamericana de la Salud también afirma que dos de las tres principales causas de mortalidad masculina en Latinoamérica son la violencia y los accidentes de tráfico (p. 7).

Como hemos visto en el caso de México, país fuertemente golpeado por el narcotráfico, hay otras causas más importantes. Y si miramos a la región en general con los datos más recientes de la propia organización, vemos que la realidad también es otra. Aunque homicidios y accidentes de transporte cobran mayor importancia, no son dos de las tres causas principales, sino dos de las seis primeras, lo cual es suficientemente alarmante como para que no haya necesidad de exagerarlo:

Página de la Organización Panamericana de la Salud. Cifras del año más reciente disponible (2014).
No se incluyen los datos de USA ni de Canadá

Que no se respeten los datos es una mala señal, pero incluso cuando los datos son ciertos, encontramos un fuerte sesgo en su interpretación.

La exclusión de factores ajenos a la masculinidad

Aunque los datos sean incorrectos, todavía se podría argüir que la diferencia entre hombres y mujeres en varias causas de muerte siguen siendo pronunciadas, y por tanto la crítica a la “masculinidad tóxica” tiene su razón de ser. El problema, en este caso, es que se asume que toda la brecha corresponde a esta única causa sin explorar otras posibilidades.

Tomemos como ejemplo las muertes por accidentes de tráfico. Los documentos aquí tratados no encuentran otra explicación que la temeridad masculina. No se tiene en cuenta que los hombres realizan la mayor parte de la conducción, viajes más largos y son mayoría en las profesiones relacionadas con el transporte. Por tanto, aunque elimináramos la “masculinidad tóxica”, seguiríamos teniendo más muertes masculinas en esta categoría.

En cuanto al cuidado de la propia salud, se emplea para explicar muchas de las brechas difíciles de determinar. No podemos saber hasta dónde influye, pero al partir de la premisa de que los sexos son iguales, se expone como la única o principal causa. El problema, claro está, es que los sexos no son iguales. Anteriormente El País había recogido entre sus noticias un estudio que destacaba cómo las mujeres vivían más que los hombres, o sobrevivían, hasta en escenarios extremos, particularmente en sus primeros años. Artículo que se les debió olvidar cuando celebraron su evento sobre la Nueva Masculinidad.

Si vamos directamente a la fuente, encontramos diversas causas biológicas que propiciarían una mayor resistencia femenina: su segundo cromosoma X, el efecto antiinflamatorio y protector de vasos sanguíneos de los estrógenos, o los efectos inmunosupresores de la testosterona. Como afirman los autores del estudio:

La investigación también ha proporcionado evidencia de una aparente ventaja femenina en la protección del sistema inmunológico entre los humanos: la incidencia de muchas enfermedades infecciosas bacterianas, virales, parasitarias y fúngicas (por ejemplo, leptospirosis, esquistosomiasis, brucelosis, rabia, leishmaniosis, tuberculosis pulmonar, hepatitis A, meningococo e infecciones neumocócicas y gripe estacional) es sustancialmente mayor en hombres que en mujeres no menopáusicas. Esto sugiere que la progesterona y la testosterona tienen principalmente efectos inmunosupresores, mientras que los estrógenos mejoran las defensas inmunes y actúan como antioxidantes. Además, las enfermedades autoinmunes son más frecuentes en mujeres que en hombres, al igual que una respuesta inmune más fuerte a las vacunas. Estos hallazgos llevaron a los investigadores a concluir que la baja inmunocompetencia masculina contribuye a las diferencias sexuales en la mortalidad, pero los mecanismos a través de los cuales las hormonas sexuales tienen un efecto en las respuestas inmunes en humanos no se han dilucidado completamente.

Por supuesto las diferencias biológicas tampoco podrían explicar toda la brecha vital. Algo que no he visto explorarse adecuadamente es hasta que punto la expresión de ciertos tipos de masculinidad suponen un mecanismo para sobrellevar los rigores de trabajos decididamente duros, particularmente cuando otras oportunidades son limitadas. Leyendo sobre las sirgueras y cargueras vascas del siglo XIX, que realizaban trabajos de gran intensidad física, encontré un pasaje apuntaba en esa dirección (p. 835, el resaltado es mío):

Desdichadas mujeres, pobres seres femeninos, desventuradas obreras, eran algunos de los epítetos que se les adjudicaban a las cargueras, que con sus cantes indecorosos y dicharachería libre, vestidas con inmundos harapos, degradadas hasta lo sumo, sin pudor, sin vergüenza, mujeres inmoralmente hombrunas, de formas extravagantes, de aspectos grotescos, que ríen y charlan y gesticulan y blasfeman, acometen la rudísima tarea que ha matado en ellas en flor todas la nobles afecciones inherentes al bello sexo.

En el mismo documento Olga Macías añade que:

Se completaba este atroz retrato aseverando que muchas de estas mujeres no eran madres ni esposas, porque la dura vida que llevaban les había incapacitado para ello, sin olvidar, por supuesto, las lacras del alcohol y del vicio.

En suma este trabajo tradicionalmente masculino que se había extendido a las mujeres debido a las guerras carlistas, las había «transformado» en hombres, haciéndolas exhibir comportamientos que los textos aquí criticados tildarían de “masculinidad tóxica”.

Sea como sea, ignorar factores biológicos o ambientales (incluyendo los culturales) para señalar el machismo o la masculinidad como único culpable representa un innegable sesgo.

La mayor toma de riesgos en el varón y sus causas

Nuevamente, se podría apuntar que incluso si la masculinidad no explica toda la brecha, mientras la mayor toma de riesgos se cobre un mayor número de vidas sería legítimo denunciar la “masculinidad tóxica”. El problema, otra vez, es que la mayor toma de riesgos tiene un origen evolutivo y no puede circunscribirse a un fenómeno puramente cultural.

Un argumento desarrollado en favor del origen evolutivo lo podemos encontrar en el trabajo de Roy F. Baumeister, que culminaría en el libro Is there anything good about men? (¿Hay algo bueno en los hombres?). Baumeister argumenta que la toma de riesgos es clave en el éxito reproductivo masculino, mientras que las mujeres no tienen los mismos incentivos biológicos: aunque una mujer hubiera conquistado el mismo territorio que Genghis Khan, no le habría supuesto el mismo número de hijos.

Por otra parte, tampoco se considera la hipótesis de la mayor variabilidad masculina, que situaría a un mayor número de hombres que de mujeres en extremos de inteligencia, habilidad y otras características que podrían sobrerrepresentar a los hombres en niveles de criminalidad. Como afirmó en 2005 el entonces presidente de la Universidad de Harvard Larry Summers (el resaltado es mío):

Parece que en muchos atributos humanos como la altura, el peso, la inclinación al crimen, el coeficiente intelectual, habilidad matemática [o] habilidad científica, hay una evidencia relativamente clara de que sin importar cuál es la diferencia de media –que puede ser debatida– existe una diferencia en la desviación estándar, y la variabilidad de población masculina y femenina.

Ahora bien, es cierto que la cultura puede reforzar o limitar las inclinaciones biológicas, pero incluso factores culturales relevantes son omitidos para explicar el desarrollo de la masculinidad cuando resultan incómodos. Por ejemplo un reciente estudio sugirió que las madres se muestran más favorables a la expresión de tristeza por parte de las niñas que de los niños, mientras que los padres no mostraban un sesgo claro.

Por otra parte, la preferencia femenina por el varón agresivo (no universal, pero sí prevalente) también juega un papel importante en el comportamiento masculino. Aunque obviamente preferencia sexual y discriminación no son iguales, emplear el prisma de la discriminación por un momento puede ayudarnos a entender por qué hay hombres que toman mayores riesgos incluso cuando no tienen dicha inclinación. En un mercado donde no se pudiera denunciar la discriminación de un empresario por motivos arbitrarios (no hay a quién apelar), cualquier candidato intentaría eliminar rasgos que lo llevaran a ser discriminado, y realzaría aquellas características que sí se valoraran. De hecho, se hace en la actualidad incluso cuando leyes para castigar la discriminación están presentes.

Si bien criticar la preferencia sexual femenina por parte de este tipo de instituciones me parecería una injerencia inaceptable, además de inútil, incluirla como un factor en la toma de riesgo masculina es algo que podría valorarse, pero al romper el tabú de la impotencia e indefensión femenina es dudoso que alguna vez aparezca.

Los tres problemas que hemos analizado hasta ahora probablemente tienen su origen un aspecto de la metodología del informe:

También se realizó una consulta a 32 personas expertas en el tema de masculinidades y salud del hombre originarias de 12 países a través de la Encuesta Masculinidades y Salud (MyS). Esta información se sistematizó y se integró en los distintos apartados del documento.

Dado que el campo de las masculinidades tiene más de político que de científico, el sesgo era predecible.

Cuando sobran reproches y falta compasión

No podía concluir este artículo sin mencionar la parte más obvia: cómo se reprocha a los hombres para que dejen de actuar como estúpidos en lugar de acercarse a ellos para reafirmarles que su labor en sociedad es valorada, su vida es valiosa y por tanto no es deseable que la pongan en riesgo. Un reproche en el que no cabe la compasión y por tanto difícilmente calará en muchos hombres, que se pondrán a la defensiva advirtiendo que aquí no hay una preocupación sincera por su bienestar. Por citar un ejemplo, varios países latinoamericanos ofrecen a las mujeres jubilarse antes que los hombres pese a su mayor esperanza de vida, y los documentos aquí mencionados no lo señalan ni una sola vez.

Imaginen que la salud femenina se tratara de forma similar, culpando al “marianismo” de una reducción en la esperanza de vida femenina. Si se señalara a la mujer para afirmar, de forma directa o indirecta, que deje de hacerse la sacrificada para aumentar sus años de vida y deje de aferrarse al poder que ejerce en el área doméstica, ignorando factores externos, todos nos daríamos cuenta rápidamente de que no estaríamos ante un discurso sincero.

Centrarse en el “machismo” o la “masculinidad tóxica” supone relegar a un segundo plano otros asuntos que se mencionan en los escritos que he criticado, como un mayor acceso al sistema de salud, o una mayor inversión para combatir el cáncer de próstata. Además de otros factores que pueden influir en los índices de suicidio, como las condiciones en que se encuentran muchos hombres tras el divorcio, pues recordemos por ejemplo que el número de hombres divorciados que se suicidan es ocho veces superior al de las mujeres divorciadas.

En definitiva, un interés genuino por la salud masculina no falsearía datos, excluiría factores o rechazaría otras interpretaciones válidas. Eso no es lo que estamos presenciando, que sólo puedo explicar por el interés en mantener una narrativa de género cuyas fisuras son cada vez más evidentes.

Una respuesta más a otra crítica sobre los memes que tratan la discriminación masculina

En un principio pensé no responder a este artículo, pues no tengo tiempo ni interés para “guerras de blogs” o de redes sociales, pero dado que la revista donde se publica tiene un importante alcance, con unos 100.000 seguidores en su página de Facebook en el momento de este escrito, decidí que era una buena oportunidad para ampliar las perspectivas de quienes les interese ver la otra cara de la moneda.

En la primera parte de esta entrada explicaré cuál es mi postura, algo que todos los críticos de mis memes parecen desconocer. En la segunda responderé a las 10 críticas realizadas por el artículo.

Mi postura

No me molesta la crítica a mi trabajo, lo que sí me molesta es que no hayan pasado por la bitácora para averiguar por qué se hicieron estos memes y qué pretendo con ellos. O peor aún: que lo hayan hecho pero prefirieran ignorarlo. Esto podemos verlo claramente cuando el encabezado del meme sobre homicidios señala “Los hombres se asesinan entre sí por culpa de las feministas” o sobre los ahorcamientos en Irán “El feminismo está a favor de que asesinen a homosexuales.” No recuerdo haber culpado al feminismo de estas cosas. La autora ridiculiza así una postura que ella misma ha creado pero decide atribuirme a mí. Si quieren ver cuál era mi postura sobre el homicidio masculino, pueden consultarla en el artículo que dediqué a este tema.

Voy a recordar cuál era el propósito de los memes, como aparece descrito en la entrada:

En esta entrada recopilo la serie de memes titulada “…Pero no es un problema de género”, que publiqué en la página de Facebook para denunciar la invisibilidad de la discriminación y el sufrimiento masculino en los medios, la universidad y las instituciones tanto nacionales como internacionales, al menos desde una perspectiva de género. La idea es resumir el mensaje de forma breve pero al mismo tiempo proveer las fuentes y/o artículos necesarios para aquellos que quieran profundizar más en el asunto.

Aunque la intención original de la coletilla “…Pero no es un problema de género” tenía una connotación de tristeza, como bien recogió Nails Malenko en un video, con frecuencia ha sido interpretada como sarcasmo, o incluso de manera literal (algo así como “los hombres no nos quejamos”). Lo cual ha llevado a furiosas y/o indignadas reacciones como las que ya describí en su momento. Considero que la crítica de Marina Minara se encuadra en este contexto.

Quienes han seguido esta página, saben que mi postura no es la típica “el feminismo tiene la culpa de todo” (si bien tampoco está libre de culpa precisamente). Como he defendido muchas veces, lo que existe es un sistema de roles de género, no necesariamente un patriarcado, que asigna a los hombres un mayor estatus y a la mujer una mayor protección, y que tiende a resultar en una mayor mortandad masculina y un reducido papel de la mujer en la vida pública. Estos valores no son absolutos (pensemos en los indigentes varones o las mujeres asesinadas), pero se aplican a la mayoría de hombres y mujeres.

El feminismo ha luchado por eliminar las restricciones que impedían a las mujeres acceder al mismo estatus que tenía el hombre. Sin embargo, no ha pedido que simultáneamente se extienda una mayor protección al varón en asuntos determinados como el suicidio, los reclutamientos forzados o la trata de personas, y si la habido (por el momento no conozco casos) ha sido la excepción y no la regla. De hecho, la tendencia es pedir insistentemente cada vez más protección para la mujer. A esto obviamente no me opongo, salvo en aquellos casos donde dicha protección requiere la pérdida de la presunción de inocencia del varón o de socavar sus derechos.

En cualquier caso, los métodos y objetivos del feminismo ponen de relieve que esta ideología no es el mejor canal para tratar los problemas masculinos, ya que sus soluciones no pasan por admitir que el hombre tiene problemas, sino que el hombre es el problema. Esto desemboca en  soluciones abstractas como “deconstruir la masculinidad” en lugar de cambios políticos o legislativos concretos que puedan mejorar la vida de los hombres, como los que enumeré en la sección de Propuestas. Dado que no esperamos que el feminismo aborde nuestros problemas, lo lógico es que creáramos nuestros propios espacios para tal fin, motivo por el que nació esta bitácora y en cuyo contexto se encuentran los memes.

Respuesta a las 10 críticas

Nótese que los diez títulos en resaltado corresponden a lo que escribió la autora. Las aclaraciones entre corchetes sí son mías.

Aunque voy a tratar los diez puntos donde se critica mi trabajo, quiero empezar con el punto 4 para que tengamos presente algo de lo que allí se dijo en el resto de esta réplica. Este punto trata sobre los memes acerca de batidas, reclutamientos forzados y el servicio militar obligatorio. Allí la autora afirma:

…por cierto, el feminismo es bastante anti-belicista y no nos mola nada que se obligue a la gente a hacer la mili.

Como ya dije, no he culpado al feminismo de esto, pero ya que lo menciona voy a señalar unos datos que muestran lo contrario. Recordemos lo que ocurrió con la Guerra de Afganistán, donde la retórica feminista fue utilizada para justificar la invasión del país a fin de liberar a las mujeres afganas.

Marit Nybakk, quien presidía el Comité de Defensa Noruego, declaró en 2002 al diario nacional Dagbladet:

Ésta es una guerra de liberación y también una guerra para liberar a las mujeres de Afganistán. Por tanto el aspecto de los derechos de las mujeres es crucial para mí. Durante muchos años he estado gravemente preocupada por la extrema opresión de las mujeres bajo el gobierno talibán. Aquí en Occidente cerramos nuestros ojos al grotesco tratamiento al que las mujeres son sometidas porque no nos afecta.

Recordemos que en aquel entonces Noruega tenía implantado el servicio militar obligatorio sólo para hombres. Pero no hubo una sola mención (en ningún país) sobre la sangre que tendrían que derramar los hombres para alcanzar dicha liberación, mientras que instituciones como el servicio militar obligatorio masculino vulneraban su propia libertad.

Pero Marit Nybakk no estaba sola. Organizaciones de peso como la estadounidense Feminist Majority Foundation también ofrecieron su apoyo a la guerra de Afganistán. La feminista Hillary Clinton, apoyó igualmente una guerra de liberación femenina que costaría la sangre de miles de hombres, y también votó a favor de la Guerra de Irak. Del mismo modo, Barack Obama se ha declarado abiertamente feminista pero no ha eliminado el servicio selectivo (que el gobierno se reserve el derecho a los reclutamientos forzados), y de hecho durante su mandato se habló de incluir a las mujeres.

Cuando llegamos a este punto, es cuando se suele aducir que el feminismo no es monolítico, sino diverso. Aunque yo diría que Feminist Majority Foundation, creada por Gloria Steinem hace casi 30 años, es probablemente más representativa del feminismo que Locas del Coño. Y aunque no lo fuera, si el feminismo no es monolítico, no se podría afirmar tampoco, como hizo la autora, que el feminismo es “antibelicista”. Igual que no se podrían afirmar muchas otras cosas sobre este movimiento en general como hace a lo largo de todo el artículo. Pero dado que ella habla del feminismo como un todo por lo que cree que son tendencias generales, así lo haré yo a partir de ahora en cuanto a posturas que considero predominantes.

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El tratamiento sesgado de la salud y la esperanza de vida de hombres y mujeres

Este artículo ha sido escrito por nuestro comentarista habitual Murphy, autor de la bitácora Si eres hombre, eres culpable.

Miles de años de vida de mujeres en todo el mundo se pierden por muertes evitables. Esos años de vida perdidos son, además, años de vida «saludables», pues en la mayoría de los casos esas muertes ocurren cuando las mujeres disfrutan aún de buena salud. «Estamos perdiendo un caudal inmenso de trabajo, de creatividad, de aportación a la sociedad al perder esos años de vida» afirma una experta.

Las sociedades del mundo entero siguen fallando a la mujer en el momento clave de su vida: cuando se enfrenta a la muerte. Ésta es la conclusión a la que llegan los últimos estudios de organizaciones internacionales, a la vez que se exhorta a actuar más allá del ámbito sanitario para incrementar la esperanza de vida de las mujeres. En la actualidad, la inequidad de género en mortalidad es una cuestión con muchos frentes abiertos.

La esperanza de vida de hombres y mujeres es diferente, pero además desigual.

A pesar de que la salud de la mujer es mayor que la del hombre, «millones de mujeres continúan muriendo por causas en la mayoría de los casos evitables» afirma otra experta. La mejor salud de la mujer entraña riesgos y asistencia específicos. De forma general, las mujeres se enfrentan a situaciones mortales con más frecuencia que los hombres, una diferencia que se acentúa en los países en vías de desarrollo, donde las diferentes condiciones de vida provocan que los índices de mortalidad sean más elevados, específicamente en los años reproductivos y en la tercera edad.

En estos países, la alta incidencia de precariedad laboral, conductas de riesgo, escasa prevención frente a accidentes y suicidios o la alta prevalencia de enfermedades de transmisión sexual y especialmente VIH son factores agravantes de la desigual tasa de mortalidad de las mujeres.

El deterioro del bienestar psicológico femenino también es preocupante, aunque esta variable no aparece en ningún informe. Según la OMS, el suicidio es una de las causas principales de muerte en las mujeres en todas las edades.

Los trastornos mentales tienen asimismo una alta incidencia en las mujeres, lo que no las incapacita para seguir siendo explotadas laboralmente. Los escasos estudios sobre estos trastornos se centran en culpabilizar a las mujeres por su escaso aprecio por su propia vida y el abuso de diferentes sustancias, como el alcohol. Los desórdenes mentales, enfermedades laborales, accidentes, suicidios y muertes no sólo impactan en la mujer, a la cual se hace responsable, si no a todos sus allegados, principalmente a la familia dependiente.

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