En anteriores entradas hemos explicado como la universalidad de la experiencia masculina ha convertido problemas específicos del varón en problemas universales, dificultando su identificación como problemas de género. El trabajo forzado es un buen ejemplo de ello. Generalmente clasificado como opresión de clase, incorpora un elemento de género inseparable, pues la inmensa mayoría del trabajo forzado a lo largo de la historia ha sido realizado por varones y sólo era obligatorio para ellos por ley. Nuestra entrada tratará dos casos muy conocidos: la mita peruana y la construcción de la Gran Muralla en China.
La mita era un sistema de trabajo forzado que existía antes de la llegada de los españoles, quienes aprovecharon la estructura existente e intensificaron sus abusos. Como otros sistemas de trabajo forzado, la mita era obligatoria para los varones de entre 18 y 50 años, pero excluía a las mujeres (p. 20). De todas las variantes existentes, la mita minera era la más brutal. El académico Matthew Smith escribió (p. 33-34):
Fray Antonio de Calanchas, por ejempló, afirmó en 1638 o 1639 que diez indios morían por cada peso de plata producido, y otros reportes llamaban a Cerro Rico «la montaña devora-hombres», señalando que los peligros de la mita, y no la migración, causaron el descenso del número de mitayos. Aunque estas afirmaciones son de dudosa credibilidad, estimaciones conservadoras sugieren que durante dos siglos y medio en la mina del Potosí murieron muchos miles de mitayos por accidente y enfermedad debido al peligroso entorno de trabajo.
Aunque por alto que fuera el número de víctimas mortales en Potosí, palidecía en comparación con la mita en la mina de mercurio de Huancavelica en el norte. Se dice que las madres mutilaban a sus hijos para eximirlos de la mita Huancavelica, y un mitayo era afortunado si sobrevivía el lapso de dos meses en las minas de mercurio. Whitaker describe el régimen de trabajo de Huancavelica como «la peor cara de la vileza de la mita», exponiendo a los trabajadores a envenenamiento por exposición a mercurio y a monóxido de carbono, al tiempo que la neumonía y el trabajo en las cuevas contribuían a las horrorosas condiciones de trabajo.
Sin embargo, trabajar como mitayo en el Potosí era ya lo suficientemente terrible, y no sin razón las minas eran conocidas como «una montaña del infierno» y las llamadas al trabajo allí eran contempladas como «virtualmente una sentencia de muerte».
Por su parte, Wikipedia describe así el trabajo mitayo en Potosí:
La Mita de Potosí fue la explotación inhumana de cientos de miles de indígenas de los Andes, quienes trabajaban como mitayos hasta caer muertos en las minas de plata del Cerro Rico, vecino a la ciudad. Los indígenas trabajaban en jornadas de hasta 16 horas, en algunos casos sin utilizar pala ni pico, removiendo la tierra con las manos, y debiendo trasladarse por kilómetros desde las minas hasta los establecimientos de fundición. Los accidentes eran frecuentes y al [sic] mortandad horrenda. Se estima que no menos de 20.000 indígenas perdieron la vida en las explotaciones de plata de Potosí.
Esta segunda fuente es menos fiable, pues aunque incluye bibliografía, no especifica las páginas exactas. Sin embargo, nos ofrece una idea de cómo se ha percibido la mita en la mentalidad colectiva popular. Es necesario notar que en este caso, como en muchas otras narraciones de la mita, no se especifica que los mitayos eran exclusivamente varones, indicando una opresión de raza y clase pero no de género. Una prueba más de que la universalidad de la experiencia masculina oculta la opresión de género sufrida por el varón y sólo evoca las categorías restantes (raza, clase, etc.).
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